jueves, 17 de mayo de 2012

LA FILOSOFÍA COMO SABER DE LA ESPERANZA II

En camino hacia lo “todavía-no-dado”

El hombre que vive en actitud esperanzada no evade la realidad. La esperanza no es mera ilusión o fantasmagoría, sino que en ella se encuentra imbuido todo lo real, pero real no como inmutable y estático. Así lo atestigua Moltmann: 

“la esperanza no toma las cosas tal como se encuentran ahí, sino tal como caminan, tal como se mueven y pueden modificarse en sus posibilidades. Las esperanzas tienen sentido tan sólo mientras el mundo y los hombres que viven en él se encuentran en estado inacabado, en un estado de fragmento y experimentación (…) Por ello, las esperanzas y las anticipaciones del futuro no son una aureola resplandeciente, colocada sobre una existencia que se ha vuelto gris, sino que son percepciones reales de lo real posible, que ponen todo en movimiento y lo mantienen en variabilidad”.[1]
 
 De esta manera la esperanza no es un consuelo ante una existencia gris dado que no abarca un más allá sin termino, no se refiere a “lo real imposible” pero alentador, sino que se fundamenta enlo por-venir” como “lo real-posible”. El hombre y el mundo están en constante transformación y esto gracias al carácter de posibilidad, porque lo verdaderamente propio no se ha realizado ni en el hombre ni en el mundo, se halla en espera (…) Lo posible es, como lo no completamente condicionado, lo cierto[2]

Que lo propio del hombre y del mundo no esté realizado implica que están en camino. Esto lleva a pensar que nunca se llegará al final, sino que siempre estaremos en calidad de viajeros y, como seres finitos existencialmente, moriremos viajando y con la felicidad de haber hecho camino, de haber andado. En esto consiste la felicidad: en hacer camino. No en vano nos dice Fernando Gonzales que “el fin de la vida es conseguir capacidad de morir alegremente”. 

La concepción del hombre como viajero invita, entre otras cosas, a pensar que la esperanza nunca es una conquista. Pues, la conquista de una esperanza sería el vientre de toda desesperanza. De ahí que Comte-Sponville piense que “cada nueva esperanza está ahí sólo para hacer soportable la frustración de esperanzas previas”[3]. Pero si una desesperanza proviene de una esperanza previa es porque la esperanza se ha determinado, lo que de suyo es inconcebible. Esperar algo determinado no es una cuestión de esperanza, sino del deseo. Pues el deseo siempre está referido a un objeto o una cosa específica, algo de lo cual se carece, algo que se apetece, que se necesita y que demanda ser saciado. La esperanza no se refiere a nada determinado, sino que está abierta al horizonte para permitir el viaje hacia la felicidad y ésta nunca es algo determinado u objetivado. 

Aunque la esperanza al igual que el deseo está referida a algo de lo que se carece y que necesita -y por eso decimos que el hombre y el mundo están en estado inacabado, en espera-, se diferencia de éste precisamente por la cualidad de su referente; para el deseo es algo que está ahí ya dado, para la esperanza es algo que también está ahí pero como todavía-no-dado.  La esperanza en tanto búsqueda de lo todavía-no-dado es una invitación a la creación, mientras que el deseo por buscar lo dado es una invitación a la empoderación. He aquí otra gran diferencia.


[1] Cf., MOLTMANN, Jürgen, Teología de la esperanza. Salamanca: Sígueme, 1981, p. 31-32.
[2] Cf., BLOCH, Ernst, El principio esperanza, tomo I.  Trota, 2004, P., 237.
[3] COMTE-SPONVILLE, André, El mito de Ícaro, Madrid: Mínimo Transito, 2001, p., 11.

Fuente: Sofía

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