martes, 20 de marzo de 2012

Invitación a Pensar

Les comparto la Revista PROTREPSIS, Revista de filosofía de la Universidad de Guadalajara y les invito a leer mi artículo "Invitación a pensar" pags 37-47. Provecho a todos!

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miércoles, 14 de marzo de 2012

ESPERANZA Y RESPONSABILIDAD


“La filosofía tendrá que tener conciencia moral del mañana, tomar partida por el futuro, saber de la esperanza, o no tendrá ya saber ninguno.”
Ernst Bloch

Resumen: El articulo expone una condición antropológica que se considera esencial: la esperanza, y se aborda ligada a la política; por ello se hace necesario una articulación de la esperanza con la responsabilidad. En dicha articulación aparecen varios eslabones que son los que permiten un diálogo entre las dos categorías que nos ocupan. Aparece entonces la voluntad tras el planteamiento de si se es responsable de una acción voluntaria o de una involuntaria, llegando a formular que se es responsable de la acción independientemente de la voluntad puesta en ella. Aparece la culpa en dos vertientes una como un sentimiento de responsabilidad y la otra como adjudicación de la responsabilidad por parte de un tercero. Finalmente, entendiendo que se es responsable por el simple hecho de actuar, llegamos a la siguiente conclusión: “La responsabilidad está para que en la consecución de nuestras esperanzas no antepongamos nuestras conveniencias, si estas conllevan al atropello del otro”.

Palabras claves: Esperanza, responsabilidad, hombre, acción, voluntad, culpa.

Introducción
El hombre no es un ser aislado sino un ser político, que vive en sociedad. En esa medida debe participar del devenir histórico al que pertenece. Sin embargo, dicha participación se da compartiendo -y en muchas ocasiones imponiendo- su individualidad. Lo que permite que el hombre sea un miembro activo de la sociedad es la esperanza, como el principio antropológico que lleva a la acción. Ahora bien, todo acto tiene consecuencias, por tal motivo la acción debe ser regulada de tal manera que las acciones repercutan de la forma más positiva posible, no sólo para el individuo que realiza la acción, sino para aquellos sobre los cuales dicha acción trae consecuencias. Este planteamiento genera una pregunta: ¿qué es lo que regula la acción? Al respecto se formula una hipótesis: lo que regula la acción es la responsabilidad. Esta hipótesis es la que se va a explorar en el presente ensayo. Para tal empresa se hará una aproximación conceptual de la esperanza y de la responsabilidad de tal manera que se pueda dilucidar la función de cada una, para finalmente exponer por qué y cómo la responsabilidad regula la acción a la que conduce la esperanza.

  1. Aproximaciones conceptuales

I.             La esperanza

Se hace necesario hacer un breve recuento de cómo ha sido tratado este tema ya que dicho ejercicio permitirá una ubicación contextual, es decir, mostrará las bases sobre las cuales se construye la propuesta que se trae, a saber, que la esperanza es el principio que nos lleva a la acción. Para ello sigo la exposición –aunque no literal- que hace Ferrater Mora en su Diccionario de filosofía del concepto esperanza, para finalmente tomar partida por uno de los exponentes de este tema: Ernst Bloch, apoyado en El principio esperanza, en el que se trata de manera amplia y magistral.

En la época moderna se ha considerado la esperanza de diversas maneras, una de ellas es la concepción teológica cristiana. Para el cristianismo la esperanza es una de las tres virtudes teologales junto con la fe y la caridad. En el Antiguo Testamento la esperanza está relacionada con la confianza en la promesa que Dios hace a Abrahán con respecto a la Tierra Prometida (cfr. Génesis 12; Éxodo 3) y  está ligada a la resurrección (2 Macabeos 7). En el Nuevo Testamento la esperanza está incluida en la fe en el Reino de Dios. Para el cristianismo la esperanza es una confianza que encamina al hombre hacia el Reino de Dios.

Otro modo de concebirla es el psicológico. Desde este enfoque la esperanza es una pasión del alma, es una perspectiva de adquisición de un bien con probabilidad de alcanzarlo, que genera placer ante la idea de un probable goce futuro de que algo puede generar deleite, tal como se entiende en el artículo 58 de las pasiones del alma de Descartes. Desde esta concepción la esperanza es una expectación, una espera.

De esta interpretación psicológica se ha hecho a su vez una interpretación “existencial” de la cual destacamos a Gabriel Marcel y a Pedro Laín Entralgo como dos de sus mejores exponentes. Para G. Marcel la esperanza no es una expectación, es decir, no es un esperar que algo tenga lugar, sino que se funda en una apertura de quien espera y lo esperado. Es personal por ser esperanza de alguien y es ontológica por referirse al ser y no únicamente al tener. En Esbozo de una metafísica de la esperanza G. Marcel define esta como “la disponibilidad de un alma tan profundamente comprometida en una experiencia de comunión como para llevar a cabo el acto de trascendencia de la oposición entre el querer y el conocer, mediante el cual ella afirma la perennidad viviente de la cual esta experiencia le ofrece, a la vez, la prenda y las primicias” (1998, P, 79). Así, la esperanza es el punto medio entre el ser y el tener, entre el ser que quiere y conoce lo querido, o por lo menos le encamina a conocer lo que quiere: el objeto de su esperanza.

Por su parte Pedro Laín Entralgo, si bien reconoce estos dos aspectos de la esperanza: el óntico y el ontológico, se interesa más por el primero, el acto mismo de esperar, en el que el hombre experimenta la patentación de su finitud, la nada, la realidad, el ser, la infinitud, una apertura a lo fundamentante y comunidad.

Otra consideración de la esperanza se desarrolla dentro del marxismo. En sentido marxista la esperanza no se entiende como la esperanza en un  absoluto más allá, ni en un absoluto más acá, no es utopía (no lugar) ni transformación personal, sino la práctica histórica. Sin embargo, aunque la esperanza no es utopía, la práctica histórica envuelve cierto elemento utópico. Engels buscó eliminar lo utópico para que el socialismo fuera un socialismo científico, es decir, para que fuera una ciencia y no una utopía. Mas, a pesar de los esfuerzos de Engels la utopía persiste y de ello se percata Ernst Bloch para quien la esperanza está en el centro del pensamiento marxista.

Para Bloch el concepto de utopía es de gran importancia porque las utopías son “sueños soñados despiertos”, “sueños diurnos” que aluden a un “todavía no” que lleva al hombre a darle un lugar a aquello que aún no lo tiene: el hombre, la historia, el mundo, los sueños, etc. 

Si bien es cierto que la utopía significa no-lugar [u-topos] y por consiguiente hace alusión a lo que no existe[1] (todavía), no lo es de ninguna manera que sea sólo una ilusión a la que es mejor renunciar. (Cfr. Comte-Sponville, 2005, p, 538) Existe otra posibilidad: tender hacia su realización. Cuando esto sucede ya no se habla de utopía sino de esperanza. El paso acontece en esa tendencia del espíritu humano de realizar sus utopías. Así, la utopía tiene dos acepciones: es una fantasía y un todavía no. 

Antes de continuar con la puesta de Bloch, es pertinente esbozar el planteamiento del filósofo francés Andrés Comte-Sponville, para quien, fiel al pensamiento griego, la esperanza es un consuelo y una expectación, es un esperar que algo tenga lugar y por consiguiente “es la marca de nuestra debilidad” (Cfr. Ibíd. P, 196.).

Esta concepción de la esperanza referida por André Comte-Sponville, es simplemente su aspecto negativo y no nos debe alarmar ni asustar reconocerlo. Para el filósofo francés la esperanza “es un tipo de deseo determinado: un deseo que se refiere a lo que no se tiene o que no es (esperar es desear sin gozar)” (Ibíd. P, 195.). La esperanza tiene una concepción negativa en tanto se refiere a una espera o una atención[2]. Su aspecto negativo es manifiesto porque mientras esperamos el objeto de nuestra esperanza nos sustraemos de goce y, entre otras cosas, porque genera angustia el no saber si obtendremos o no aquello que esperamos, pues la esperanza, según Comte-Sponville, no es sólo un tipo de deseo que hace referencia a lo que no se tiene, sino que, además, se ignora si será o no satisfecho; es decir, no depende de nosotros y por tal se opone a nuestra voluntad. 

Sin embargo, esta no es la única forma de concebirla (a la esperanza), antes bien, hay que poner en duda que dicha concepción responda a la razón de ser propia de la esperanza. 

La esperanza referida por E. Bloch es una puerta abierta o, por lo menos, entre abierta a objetos prometedores y esto siempre de lo mejor, siempre de lo bueno; de esto se deduce que la esperanza no puede ser un mal. Bloch no concibe la esperanza como un mal porque esta siempre hace referencia a lo real-posible, no es una esperanza cualquiera, sino que por referirse a lo real-posible es una esperanza fundada. Lo que funda la esperanza es lo venidero, lo todavía-no como lo real-posible; que sea posible de hacerse real es un bien, por ello la esperanza es esencialmente un bien para el hombre.

Que la esperanza sea una puerta que se abre ante lo real posible hace al mundo no hermético y al hombre libre. El mundo deja de ser una prisión donde todo se encuentra cautivo y custodiado por el destino que ha colocado todo como ya-dado en el mundo. El mundo, gracias a la esperanza, “no existe como prisión” (E. Bloch, 2004, P, 388) y nada de lo que en él hay existe como ya-dado, sino como lo todavía-no, como lo posible de ser, como el ya (concebido) pero todavía no (logrado)

El hombre es por esta categoría de todavía-no, libre. La esperanza, en todo, hace que el mundo no sea una cárcel y que el hombre por tal sea libre. La esperanza fundada funda realidad “aquella en la que el hombre puede llegar a ser hombre para el hombre, y el mundo patria para el hombre” (Ibíd. P, 389.).

En definitiva, dice E. Bloch, “el efecto de la esperanza sale de sí, da amplitud a los hombres en lugar de angostarlos, nunca puede saber bastante de lo que les da intención hacia el interior y de lo que puede hacerse con ellos hacia el exterior. El trabajo de este efecto exige hombres que se entreguen activamente al proceso del devenir al que ellos mismos pertenecen” (Ibíd. P, 25-26.).

Hasta aquí lo concerniente a la aproximación conceptual de la esperanza, acto seguido se hará la aproximación conceptual sobre la responsabilidad, el otro tema de interés en este ensayo, de tal manera que se pueda esclarecer la hipótesis sobre la cual se indaga.


II.            La responsabilidad


¿Qué es la responsabilidad? ¿Cuál es la causa de la responsabilidad? ¿De qué, cuándo, ante qué y ante quién se es responsable? Son las preguntas a las cuales se dará respuesta a continuación.

La responsabilidad es entendida en este ensayo como el estado de conciencia que permite que la acción sea regulada, guiada, dirigida y corregida, esto responde a la pregunta ¿qué es la responsabilidad? Sin embargo, para entender lo que con ello se quiere decir es menester hacer un tratamiento general de lo que por responsabilidad se ha entendido.

La responsabilidad se adscribe a tres ámbitos: el ámbito político, el antropológico y el religioso: de tal manera que se es responsable ante la sociedad, ante uno mismo y ante Dios. En el estudio que aquí se hace de la responsabilidad se van a tratar sólo los dos primeros, esto es, el político y el antropológico, dado que ser responsable ante Dios es ser “responsable ante nadie”, ante nadie más que Dios y esto hace que la responsabilidad sea una experiencia subjetiva. Dicho de otro modo, hablar de la responsabilidad desde el ámbito religioso, es igual a tratarlo desde el ámbito antropológico y que luego tendrá incidencias políticas.[3]

Escribe Ferrater Mora en el Diccionario de filosofía: “se dice de una persona que es responsable cuando está obligada a responder de sus propios actos” (Ferrater Mora, 1998, p, 3082). ¿Significa esto que cuando no está obligada a responder, deja de ser responsable? De ninguna manera. Una persona puede no ser culpable y en ese caso se dice que no está obligada a responder de sus actos. Pero es responsable en la medida en que son sus actos. Por ello a las personas con trastornos mentales se les exonera de culpa cuando cometen un delito, lo que no quiere decir que no sean ellas las responsables del delito cometido. Responsabilidad y culpabilidad son cosas distintas, de ahí que se diga “soy responsable, pero no culpable”, como es el caso del ministro a quien cita André Comte-Sponville en su diccionario (Ibid. P, 459.).  Así pues, se es responsable de todo lo que se hace, ya sea voluntaria o involuntariamente, pero sólo se es culpable de lo que se hace de manera voluntaria.

“La gran mayoría de los filósofos está de acuerdo en que el fundamento de la responsabilidad es la libertad de la voluntad” (MORA, Ferrater, Ibidem). Es decir, que una persona es responsable de sus actos, si estos son deliberados. Y tienen razón en ello, pero aún cuando se actúa de modo involuntario se dice de una persona que es responsable. La responsabilidad no admite exclusiones.

Hay una noción de responsabilidad que merece ser especialmente tratada: la noción de sentimiento de responsabilidad (Lévy-Bruhl). Aquí la responsabilidad y la culpabilidad[4], si bien siguen siendo distintas, van de la mano: “la presencia de tal sentimiento supone una civilización bastante avanzada en la cual existen la ley y la sanción. La responsabilidad queda entonces bien precisada aun cuando no pueda decirse que sea muy pura, ya que está ligada a la ley del castigo. Con más pureza se destaca la noción de ser responsable cuando aparece el sentimiento de culpabilidad” (MORA, Ferrater. Ibidem).

Cuando se habla de sentimiento de responsabilidad, se hace para dejar de lado la noción un tanto abstracta de la misma y se lleva al ámbito de lo personal. El sentimiento de responsabilidad es un sentimiento personal que compromete a cada persona y le hace comprender que no puede simplemente abandonarse a sus conveniencias personales (Cfr. Ibídem).

Hasta aquí lo concerniente a la aproximación conceptual tanto de la esperanza como de la responsabilidad. Acto seguido se va a indagar por las funciones que cumplen para poder dilucidar su punto de encuentro.


2.   Las funciones de la esperanza y de la responsabilidad

Se ha dicho que la esperanza da amplitud a la voluntad, lleva a la acción y la responsabilidad encausa la acción. Por tanto, a continuación se van a desarrollar estas ideas en aras de la claridad y la comprensión.

I.             Llevar a la acción 

Tal es la función de la esperanza. Llevar a la acción quiere decir desarrollar las potencialidades. O, en otras palabras, que no se está en acto sino en potencia. La esperanza es el principio que nos lleva a actuar. Por ello se entiende que Ernst Bloch titule su gran obra “El principio esperanza.” De ahí, incluso, que en este texto presente la esperanza como un motor vital: como el motor vital que lleva a la acción.

Pensar la esperanza desde esta perspectiva es arriesgarse a recrear el mundo junto con el hombre que lo habita. El hombre es ser-en-el-mundo como ya lo atestiguó Heidegger y a su vez es un ser fragmentario e inacabado, haciendo a la vez al mundo tan fragmentario como él. Así, el hombre pone en juego su pasado (su historia, su tradición), su presente (su ser-ahora), y su futuro (su no-ser). Pone en juego su realidad a partir de la deconstrucción de su existencia. Una existencia que es dinámica y tiene que ser así para que pueda tener algún sentido.

Que el mundo esté en estado de no-ser, en tanto inacabado y que el hombre esté, de manera ineludible, inmerso en tal mundo, supone un compromiso (trabajo) y tal es que busque la realización de su ser, desde la realización del mundo que habita y que por tal le pertenece, como un acto de responsabilidad, no sólo con él, sino, además con los otros y con lo Otro. Esto implica que el hombre se piense desde su historia, desde lo que en el ahora le acontece y finalmente de todo lo que esto le genera y le demanda en la construcción de su futuro. 

Lo que se pretende, pues, al situar al hombre y al mundo en estado inacabado, es situar a la filosofía, en tanto ésta aborda al hombre en relación con el mundo, como una filosofía que debe ser pensada, desde el pasado pero sin quedarse en él, desde el presente como su campo de acción y desde el futuro, especialmente, como garante de saber, como conciencia de supervivencia. La filosofía es “conciencia moral del mañana” tal como lo expresa Ernst Bloch (Cfr. Ibíd. P. 1095.).

Quiero hacer énfasis en el carácter de futuro como conciencia de supervivencia de la filosofía, porque si bien ésta tiene que plantearse los problemas que se presentan actualmente, tiene que pensarlos desde las implicaciones que estos puedan tener para la humanidad en un mañana, pues, ciertamente, ya tienen implicaciones en la humanidad del hoy. Todo esto puede ser elaborado muy bien desde los interrogantes: ¿cuál es el mundo que queremos para las próximas generaciones? ¿Cuál es el tipo de hombre que estamos construyendo y que en realidad queremos construir? Esto último teniendo en cuenta que la realidad objetiva permea a todo ser humano en ella inmerso y que por tal le afecta.

Ahora bien, que la esperanza sea un motor vital que lleve a la acción implica unas consecuencias, pues, dicha acción repercute de alguna manera (positiva o negativa) en el ser que actúa y su contexto, esto es, repercute en su ser y estar con los otros. Por ello debe haber algo que regule la acción y que en caso de repercutir de manera negativa la pueda corregir, procurando con ello que las acciones futuras sean más afortunadas. Ese “algo” es la responsabilidad. En lo que sigue se tratará y clarificará este modo de pensar.

II.           Encausar y corregir la acción

Esta es la función de la responsabilidad.  Encausar la acción significa: dirigir la actuación, prever los efectos. Ahora bien, los efectos no siempre son ni pueden ser previstos, de tal forma que, en aras de ser responsable, la acción, además, debe ser corregida. Gracias a la corrección que hacemos de nuestros actos y de nuestras faltas somos mejores moralmente.[5]
 
Es claro que nuestros actos no siempre son concientes, por ello no siempre se prevén los efectos, incluso, por ello, no siempre se es culpable aunque se sea responsable como se dijo anteriormente con respecto de una persona con trastorno mental o una persona que actúa de manera involuntaria. Ahora bien,  teniendo en cuenta que las personas que tienen trastornos mentales son pocas comparadas con las que no los padecen y que en la mayoría de los casos nuestros actos son concientes, en la medida en que nos movemos en función de algo, es decir, con una intención, los efectos pueden ser previstos. ¿Cuáles efectos? Los queridos, los esperados. Es necesario hacer esta aclaración dado que alguien puede preguntar ¿se pueden prever todos los efectos de una acción? A lo que necesariamente tendría que responderse con una negación. Ciertamente no todos los efectos se pueden prever, sólo los efectos esperados son previsibles.

En vista de que sólo se pueden prever los efectos que se esperan, es imposible evitar hacer daño involuntariamente. De allí, que en ocasiones la persona diga ¡perdón, no ha sido mi intención causarte daño! Dicha actitud indica que la persona es conciente no sólo de sus actos, sino, además de los efectos que dichos actos han producido. Este ser conciente del daño causado con un efecto no previsto, involuntario, que lleva implícito un sentimiento de culpabilidad, es lo que aquí se entiende por responsabilidad. Se es responsable cuando se es conciente. Ser conciente es lo que permite que una acción futura sea mejor y haga menos daño o no cause daño alguno. El hecho de ser conciente es lo que permite reconocer el error en el actuar precedente para no repetirlo más adelante.

Indagando un poco más en el centro del asunto se encuentra que el fundamento último de la responsabilidad es la radical libertad de la voluntad del hombre. Libertad para elegir y para actuar.

André Comte-Sponville en Invitación a la filosofía nos dice que “ser libre es hacer lo que se quiere” (2002, p, 73). Ciertamente nadie puede decirse libre cuando su querer está cohibido por otro querer distinto del suyo. Sin embargo, cuando la libertad entra en los senderos de la responsabilidad, ser libre no es hacer lo que se quiere sin más, sino hacer lo que se quiere siempre y cuando este querer no repercuta en daño para otro (mi libertad termina donde comienza la libertad del otro).

Ya se dijo que la responsabilidad, entendida como un sentimiento personal,  está ligada a la ley del castigo. Pues bien, es la libertad la que sirve de puente. Así, tenemos que la responsabilidad es respetar la libertad del otro. Y, además,  que ser libre significa actuar con responsabilidad.


3.   A modo de conclusión

La esperanza da amplitud a los hombres, es el principio trascendental que los lleva a transgredir sus propios límites. Sitúa al hombre y al mundo como un constante siendo. Por la esperanza se trazan los proyectos del futuro. Por ella el hombre es lo que es: un enigma. Nada se puede decir del hombre con exactitud.

El hombre es un ser en apertura, dispuesto a lo que está por-venir, a lo que está por delante de él y que le adviene recreándolo. Por la esperanza hablamos de pasado, presente y futuro; sin ella nuestra visión del mundo sería nula. Sin ella no tendríamos noción de vida, ni de mundo, ni de tiempo.

La amplitud que la esperanza da a los hombres inicialmente los llena de intención y luego los pone en acción. La responsabilidad aparece como reguladora de las acciones. Como la brújula por la cual la esperanza se guía. Nuestras esperanzas no deben ser las desesperanzas de otros. La responsabilidad está para que en la consecución de nuestras esperanzas no antepongamos nuestras conveniencias, si estas conllevan al atropello del otro.


BIBLIOGRAFÍA

·         MARCEL,  Gabriel. Homo viator. Sígueme: Salamanca, 1998.
·         COMTE-SPONVILLE, André, Diccionario filosófico, Paidós: Barcelona, 2005.
·         ---------------------------------------. Invitación a la filosofía. Paidós: Barcelona, 2002.
·         BLOCH, Ernst, El principio esperanza, tomo I. Madrid: Trotta, 2004.
·       MORA, Ferrater, Diccionario de Filosofía, Ariel: Barcelona, 1998.
·       GUARDINI, Romano, ética, B.A.C: Madrid, 2000.
·      POPPERR. K. R. La responsabilidad de vivir. Paidós: Barcelona, 1995.



[1] Se dice que la utopía no existe en tanto no tiene lugar todavía, sin embargo, existe como un bien que se anhela. Lo que dota a la utopía de realidad, de existencia es la esperanza en tanto anima a obtener o alcanzar el bien anhelado.
[2] De atener.
[3] Esto se piensa desde Feuerbach para quien toda teología es una antropología. Y desde Wittgenstein para quien la religión es una experiencia personal indecible que lleva al hombre a actuar de una determinada manera, esto es, acorde con su experiencia religiosa.

[4] “La culpa aflora por la conciencia de que una acción no tenía que suceder necesariamente: se dio porque se quiso (o, también, porque no se evitó que sucediera). Lo cual significa que se tiene que responder tanto por la acción misma como de lo que tiene su causa en ella. Así pues, hay una realidad de la que acontece la culpa y de la que hay que responder.” Véase la concepción de culpa y de responsabilidad que tiene Romano Guardini en su libro ética, B.A.C: Madrid, 2000, p, 333.
[5]  Para una mejor comprensión de este asunto véase: POPPERR. K. R. La responsabilidad de vivir. Paidós: Barcelona, 1995, p, 217-224.