lunes, 25 de junio de 2012

LA FILOSOFÍA COMO SABER DE LA ESPERANZA IV

“El mundo del mañana está en nuestras manos”

La evasión de la realidad es la enfermedad social del hombre contemporáneo. El material impermeable es el más vendido, son más frecuentados los gimnasios que las bibliotecas, resulta ser más rentable invertir en masacres que saciar el hambre y la sabiduría de los viejos deambula por las aulas de los ancianatos. No hay interés en afrontar la realidad propia ni la del otro. Así surge una necesidad y un imperativo para la filosofía: la reflexión filosófica debe entablar una relación dialogal con los problemas que acaecen a la realidad social que afrontan los hombres, para que estos puedan integrar al “tú” con un “yo” en vez de aislarles y sumirlos en la individualidad. Decimos entonces que se necesita habla y escucha para generar compromiso, pues sólo los hombres somos agentes de cambio social o porque, en palabras de Gabriel Marcel, “el mundo del mañana está en nuestras manos”[1]

Vivimos sin conciencia de nuestra finitud,
sin volvernos al reconocimiento de nuestra historia:
agonías, tristezas, triunfos, dichas…
Todo ello que constituye nuestro sentido de ser.
Ser aquí y ahora, ser mañana y siempre,
ser por nuestras obras, ser siendo concientes.
Conciencia ensoñadora que se crea en el presente,
presente que se inmola ante un devenir perenne.

Sin duda alguna en nuestras manos está el mañana que aun nos es incierto, pero que nos espera, y nos corresponde a nosotros labrar camino hacia el encuentro. Nos es imperativo inmolarnos con cada segundo que pasa para permitir el ser del otro, para permitir el devenir del tiempo, para permitir el devenir de nuevas experiencias que renuevan nuestra leve pero bella existencia. Así lo refiere Hermann Hesse en el poema escalones:

Así como toda flor se enmustia y toda juventud cede a la edad,
así también florecen sucesivos los peldaños de la vida;
a su tiempo flora toda sabiduría, toda virtud,
mas no les es dado durar eternamente.
Es menester que el corazón, a cada llamamiento,
esté pronto al adiós y a comenzar de nuevo,
esté dispuesto a darse, animoso y sin duelos,
a nuevas y distintas ataduras.
En el fondo de cada comienzo hay un hechizo
que nos protege y nos ayuda a vivir.

Debemos ir serenos y alegres por la Tierra,
atravesar espacio tras espacio
sin aferrarnos a ninguno, cual si fuera una patria;
el espíritu universal no quiere encadenarnos:
quiere que nos elevemos, que nos ensanchemos
escalón tras escalón. Apenas hemos ganado intimidad
en un morada y en un ambiente, ya todo empieza a languidecer:
sólo quien está pronto a partir y peregrinar
podrá eludir la parálisis que causa la costumbre.

Aun la hora de la muerte acaso nos coloque
frente a nuevos espacios que debamos andar:
las llamadas de la vida no acabarán jamás para nosotros...
¡Ea, pues, corazón arriba! ¡Despídete estás curado![2]






[1] MARCEL, Gabriel. Un cambio de esperanza. Buenos Aires: Guillermo Kraft Limitada, 1961, p., 284.

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