A veces, cuando nos sentimos agobiados por las preocupaciones, pensamos que la mejor forma de escapar de ellas es mantenernos ocupados en otras cosas, para no pensar tanto. Sin embargo, esta estrategia puede tener efectos negativos, como el estrés, la ansiedad, el cansancio y la falta de disfrute; incluso, porque lo que hacemos, lo hacemos como un mecanismo de fuga. Que yo no mire una cosa no quiere decir que la cosa desaparezca, que no está ahí.
Las preocupaciones son pensamientos negativos sobre el futuro, que nos generan miedo, angustia e incertidumbre. No podemos evitarlas por completo, pero sí podemos aprender a manejarlas mejor, para que no nos impidan vivir el presente y para que no nos roben la esperanza sobre lo bueno que puede traer el futuro.
Una forma de hacerlo es practicar la atención plena, que consiste en enfocar nuestra atención en el aquí y el ahora, sin juzgar ni rechazar lo que sentimos o pensamos. La atención plena nos ayuda a aceptar la realidad tal como es, y a reconocer que no podemos controlar todo lo que nos sucede.
Otra forma puede ser asumirnos responsables en la creación de las posibilidades que se abren en el futuro, nada está dicho ni hecho, por lo que procurar un futuro mejor debe ocuparnos, comprometernos. La vida está delante nuestro, el futuro nos espera, ¿qué futuro? eso puede depender de nosotros, ocupémonos de lo que depende de nosotros.
Otra forma de manejar las preocupaciones es identificar y cuestionar los pensamientos irracionales que las alimentan. Muchas veces, nos preocupamos por cosas que no tienen una base real, o que exageramos en nuestra mente. Por ejemplo, podemos pensar que todo va a salir mal, que no somos capaces de afrontar los problemas, o que los demás nos van a juzgar o rechazar. Estos pensamientos nos hacen sentir peor, y nos impiden ver las soluciones o las oportunidades.
Para cambiar estos pensamientos, podemos usar algunas preguntas, como: ¿Qué evidencia tengo de que esto es cierto? ¿Qué otras posibilidades hay? ¿Qué haría alguien que no se preocupa tanto? ¿Qué puedo hacer yo para mejorar la situación? ¿Qué consecuencias reales tendría si ocurriera lo que temo?
Además de estas técnicas, también podemos establecer límites y prioridades en nuestras actividades, para no sobrecargarnos de tareas y responsabilidades que nos generen más estrés. Podemos aprender a decir que no, a delegar, a pedir ayuda y a organizarnos mejor.
También es importante cuidar de nosotros mismos, dedicando tiempo a hacer cosas que nos gusten, que nos relajen y que nos hagan sentir bien. Podemos practicar algún hobby, hacer ejercicio, meditar, leer, escuchar música, o lo que sea que nos aporte alegría y satisfacción.
Por último, no debemos olvidar el apoyo social, que es fundamental para afrontar las preocupaciones. Podemos contar con nuestra familia, nuestros amigos, o algún profesional, que nos escuchen, nos comprendan, nos aconsejen y nos animen. También podemos expresar nuestra gratitud por las cosas buenas que tenemos en la vida, y adoptar un enfoque positivo, no escapista, que nos ayude a ver el lado bueno de las cosas.
Recordemos estas palabras de Víctor Frankl: “No podemos cambiar las circunstancias externas, pero podemos cambiar nuestra actitud hacia ellas”, «El ser humano no es sólo el producto de sus circunstancias; también es el producto de sus decisiones».
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